"Cuenta la leyenda que allá por el año 1051, accedió al Trono Taifa de Almería, Muhammad abu Yahya, conocido popularmente como Almotacín.
Almotacín vivía en un palacio en lo alto de la
Alcazaba acompañado de su concubina favorita, de nombre Galiana. A ésta le gustaba asomarse al alféizar de su
ventana, para peinar su cabello observando las fuentes y albercas que
rodeaban el palacio, y la propia medina de Almería reflejada en el mar.
Todos los días al amanecer y al caer el sol, desde
las mazmorras donde estaba preso, un cristiano cantaba y dedicaba poesías a esa
esclava mora favorita del Rey, y que en alguna ocasión había visto pasar tras
el ventanuco de su celda, y cuyos grandes ojos verdes eran su única ilusión de
vida.
Así pues Galiana poco a poco se fue haciendo
dependiente de aquellos cantares, de aquellos halagos y de aquellos versos,
tanto que se enamoró locamente de un preso, al que realmente nunca había visto.
Pasó el tiempo y Almotacín notaba que algo estaba pasando, Galiana estaba menos cariñosa, e incluso siempre que podía evitaba acompañarle
en el lecho repleto de cojines lujosos.
Ella atendía otras cuestiones, estando su corazón
tan cautivo como la condición del propio preso; por fin un día se atrevió a
conocer en persona a su poeta, y aprovechando la condición de favorita del Rey,
convenció a varios soldados para que todas las noches le permitiesen bajar en
secreto hasta las frías mazmorras, para
yacer con su amado.
Pero el secreto duró poco, y la noticia llegó a
oídos del Rey, que pese a su buena voluntad y talante, no podía permitir que su
favorita le fuese infiel, y menos con un preso cristiano.
Galiana se enteró que Almotacín lo sabía y ayudó a su amado a huir de su cautiverio, lo hizo anudando decenas de velos de
seda, para que él se deslizase por la torre del cautiverio y
descendiera hasta el valle del gran barranco de la Hoya, al que se asoma la
Alcazaba en su vertiente de poniente.
Pero la mala suerte hizo que los descubrieran, y el preso a mitad del descenso fue llamado a que de nuevo tornase a
su cautiverio, pero éste prefirió arrojarse al vacío antes de vivir preso, yaciendo
muerto al pie de las murallas.
Galiana lo había contemplado todo desde el alfeizar
de su ventana al que tantas veces se asomaba para escuchar los soniquetes que
aquel preso le dedicaba, así que rota de dolor y desconsuelo, lloraba
apretando contra sí los velos de seda que ella misma iba a utilizar para
escapar junto a su amado.
Galiana entró en una profunda depresión, llorando y
llorando desde aquella ventana, hasta que al poco tiempo murió, se dice que de
pena, con la mirada perdida hacia el barranco y regando sus lágrimas las
tierras de Almería.